sábado, diciembre 22, 2012

Aférrate a mí (Fall on me) 3/4

Autor del fanfic original: Mariner. Escrito entre el Cáliz de Fuego y La Órden del Fénix. La historia está basada en personajes y escenarios creados por JK Rowling, a quien pertenecen. No se persigue provecho monetario alguno, ni la infracción de ninguno de los derechos de autor.


II

Para que realmente hubiera comida, primero tenía que ir a la compra. Sirius quería acompañarme como Canuto, pero su entusiasmo se esfumó cuando le informé de que tendría que llevarle con correa. Le dejé acurrucado en el salón con uno de mis libros y me aparecí en el pueblo, con la intención de abastecerme con toda la comida favorita de Sirius. Cinco minutos después, plantado delante de la sucursal local de Provendar & Grubbs, me di cuenta de que no recordaba cuál era su comida favorita. Terminé arrastrando la bolsa de la compra por la tienda tres o cuatro veces,  cogiendo todo aquello que me sonara, aunque fuera vagamente.

Sirius daba vueltas por la cocina mientras yo trataba de embutir todas mis compras en la nevera.

Esperamos una inminente escasez de comida, ¿no?

No quedaba sitio para las fresas, así que me limité a volcarlas en un escurridor, ponerlas en el fregadero y abrir el grifo de agua fría. ‘No me decidía, así que he cogido un poco de todo.

Más bien, mucho de todo.’ Sirius pescó una fresa y le dio un bocado. ‘No es que me esté quejando, no me entiendas mal.

El día que tú te quejes por demasiada comida, Voldemort ganará el premio a La Sonrisa Más Encantadora del Bruja Semanal.

La comida consistió en sándwiches de jamón y queso, ensalada, patatas fritas y fresas. Sirius se lo comió todo, hasta los restos de sal del fondo de la bolsa de patatas. Cuando me levanté para recoger la mesa, noté que me observaba pensativamente.

¿Remus?

¿Sí?

¿Cómo consigues el dinero?’ Parecía nervioso por la pregunta. Podía imaginarme perfectamente lo que vendría a continuación – el inevitable ofrecimiento de compartir gastos – y decidí cortarlo de raíz.

Pues ya que lo comentas, tengo un trabajo. En la publicación trimestral de la Academia de Alquimia. Me envían los artículos para editarlos y corregirlos. Puedo hacerlo todo desde casa, y siempre que llegue a tiempo para la fecha de entrega, a nadie le importa si no trabajo en luna llena.

Parece hecho a tu medida.

Creo que lo fue. El Servicio de Apoyo para Hombres Lobo lo organizó.’ Ésa era la historia oficial, en cualquier caso. Estaba bastante seguro de que, en realidad, Albus Dumbledore era el artífice del acuerdo, pero si él no quería decírmelo, yo no le iba a preguntar.

Sirius seguía pensativo y nervioso. Tenía el presentimiento de que estaba tratando de calcular cuánto era el salario de un editor autónomo, y sopesarlo con el coste de la compra de hoy. Afortunadamente, sabía cómo distraerle de esa cadena de pensamientos.

Bueno, ¿estás preparado para ese boggart? Vamos a equiparte adecuadamente.

Subimos al piso de arriba. Escarbé en el baúl que había a los pies de mi cama y le tendí la varita a Sirius, que la agitó para probarla.

Sauce, veinticinco centímetros,  nervios de corazón de dragón,’ anunció en una pasable imitación de la voz y gestos de Ollivander. ‘Excelente para encantamientos convocadores, ilusiones y tostar malvaviscos.’ Levantó la varita a la altura del hombro, se quedó pensativo un instante, y a continuación conjuró una bandada de diminutos colibríes multicolores que revolotearon por la habitación unos segundos antes de desaparecer. ‘Parece que funciona.

Me alegro.’ Apunté mi varita actual – roble, veinticuatro centímetros, nervios de corazón de dragón  – hacia la puerta. ‘Sometámosla a una prueba de verdad, ¿vale?

Salimos al jardín, varita en mano, y nos acercamos al cobertizo de herramientas. Estaba sospechosamente silencioso. Empujé la puerta y entré justo por delante de Sirius, murmurando ‘Lumos’ al tiempo. El brillo de mi varita iluminó una hilera de herramientas de jardín oxidadas, apoyadas contra la pared, un saco de mantillo encima de una caja y una lata vacía de Adiós-a-los-gnomos, pero ni rastro del boggart.

¿Dónde está?’ Sirius se acercó hasta estar hombro con hombro conmigo. Su varita brillaba también, una suave luz plateada que creaba sombras bajo sus ojos y sus pómulos, haciéndose más notable el contraste cuando la elevaba sobre su cabeza. ‘No lo veo.

Yo tampoco.’ Si el boggart estuviera cerca, ya habría atacado. ‘Debe de haberse ido.

Sirius investigó a fondo el cobertizo, dando patadas a las cajas vacías y escudriñando los rincones. Ninguna imitación de Dementor le hizo frente. Maldijo en voz alta, con esmero, y salió hecho una furia. Le di unos cuantos segundos para desahogarse y le seguí.

Deberíamos buscar en la casa,’ dije. ‘Puede que haya cambiado de sitio sin que nos diéramos cuenta.

No había ningún boggart en ninguna de las habitaciones, ni en el armario ropero. Sirius se plantó en el recibidor rascándose la cabeza.

¿A dónde lleva esa puerta?

Bueno, alguna vez tendría que darse cuenta. ‘Al sótano. Pero no puede estar ahí. Lo mantengo cerrado y vigilado.

Entiendo,’ dijo Sirius, y me di cuenta por su expresión de que lo entendía, pero tampoco iba a echarse atrás. ‘Merece la pena comprobarlo, de todas formas. Los boggarts pueden ser unos indeseables muy escurridizos.

Eso era bastante cierto. ‘De acuerdo, iré a mirar. ¿Por qué no miras en los armarios de la cocina, mientras tanto?

Sirius frunció el ceño. ‘Deberíamos seguir juntos.

No me pasará nada. Ahorraremos tiempo si nos separamos.

En serio creo que deberíamos…

¡No quiero que lo veas!’ Las palabras me salieron más ásperas de lo que había querido. Sirius se echó hacia atrás, con los ojos como platos, asustado. Se me quedó mirando fijamente un rato, luego se mordió el labio y fijó la vista detrás de mí, en el perchero que había al lado de la puerta, como si esperara que aquello fuese el boggart.

Deberíamos permanecer juntos,’ repitió, y tuve la sensación de que no estaba hablando de la caza del boggart en absoluto. Respiré hondo y me obligué a mí mismo a calmarme y ser razonable. No estaba ante alguien de quien tuviera que ocultarme, o a quien tuviera que proteger de la dura realidad que suponía ser un hombre lobo. Era Sirius.

Lo siento, Canuto. Tienes razón. Vayamos a ver.

No había ningún boggart en el sótano, pero cuando salimos, Sirius parecía tan pálido y agitado como si se hubiera enfrentado a un verdadero Dementor.  Ninguno de los dos dijo una palabra mientras regresábamos al salón. Encendí un fuego en la chimenea y busqué la botella de brandy, que en realidad componía la totalidad de mi mueble-bar. Quité el corcho, tomé un sorbo directamente de la botella, y se la pasé a Sirius. Bebió y se abrazó a la botella al sentarse en el suelo delante del fuego.

Sabía que lo habías pasado mal todos estos años,’ dijo con la voz tensa, ‘pero nunca imaginé…

No es tan malo como parece.’ Me senté a su lado y extendí la mano hacia la botella. Sirius me la pasó y tomé un último sorbo antes de volverla a tapar y dejarla a un lado. Emborracharse a media tarde no iba a ayudarnos en nada. ‘Las cadenas son por mi propio bien, en realidad. No puedo hacerme mucho daño si no puedo moverme.’ No mencioné las veces que me había despertado con los músculos retorcidos, o las articulaciones dislocadas, o con heridas abiertas en muñecas y tobillos donde los grilletes habían desgarrado la carne. La cara de Sirius sugería que su imaginación estaba rellenando los huecos perfectamente sin mi ayuda… ‘En cualquier caso, ya estoy acostumbrado. He descubierto que puedes llegar a acostumbrarte a cualquier cosa si dura lo suficiente.

¿Ah, sí? A mí eso no me ha pasado en absoluto.

Observé su cara a la luz del fuego y traté de decidir si eso era una invitación a que siguiera hablando de mí mismo, o de que él quería hablar de Azkaban, o un comentario indicando que no quería seguir por ahí. Dudé durante un buen rato, y antes de que pudiera decidirme, Sirius se puso de pie.

Voy a sentarme fuera un rato,’ anunció, y se fue.

(Continuará...)

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